Como un animal herido y acorralado, Cristina Kirchner intenta defender a los manotazos el control del Senado, el último bastión de poder que le queda en medio de la crisis política que atraviesa el gobierno que ella forjó hace ya cuatro años y que hasta los propios comparan con el Titanic, imagen que por trillada no deja de ser gráfica de la realidad que transita el oficialismo.
En realidad, los hechos demostraron la semana pasada que la vicepresidenta ya no controla la Cámara alta. Sin la oposición en el recinto, la sesión se cayó por falta de quorum. La catarsis posterior de los senadores kirchneristas, que se quedaron en el recinto para realizar expresiones en minoría por orden de Cristina Kirchner, no hizo más que desnudar la impotencia del oficialismo.
Sin embargo, Cristina Kirchner logró su principal cometido. Evitó que una alianza circunstancial de la principal bancada opositora, Juntos por el Cambio, con los peronistas disidentes de Unidad Federal hiciera funcionar el Senado sin su venia, aun cuando ambos bloques sumaban 37 senadores, una mayoría ajustada pero la necesaria para imponerse en las votaciones. “Estuvo cerca, pero logramos pararlos”, confió a este diario un senador oficialista.
Para alcanzar su cometido, la vicepresidenta apeló a una amañada interpretación del Reglamento de la Cámara alta que terminó con los dos bloques opositores abandonando el recinto en rechazo a las pretensiones del oficialismo de exigir una mayoría calificada de dos tercios para modificar el orden de tratamiento de los temas que iban a discutirse en la sesión del pasado jueves.
Sin embargo, Cristina Kirchner le quitó el cuerpo a la maniobra, dejando en manos de sus legisladores el mal trago de llevar las relaciones con la oposición al borde de la ruptura. En esta oportunidad, la que ejecutó la jugada fue la senadora oficialista Claudia Ledesma (Santiago del Estero), presidenta provisional del Senado, quien condujo la sesión. La vicepresidenta siguió las alternativas desde su despacho.
Impericia opositora
Pero no todo el mérito del éxito de la jugada es de Cristina Kirchner. La oposición también ayudó con su impericia a que la vicepresidenta lograra evitar los títulos en los “medios hegemónicos” sobre la pérdida del control del Senado que tanto les disgustan.
No hubo un solo senador de Juntos por el Cambio que se le ocurriera someter la controversia al voto del pleno del Senado, que es quien tiene la última palabra a la hora de interpretar su propio reglamento. “Puede ser que nos hayamos dormido”, admitió uno de los líderes del conglomerado opositor.
Parece que no aprendieron de la propia Cristina Kirchner, que cada vez que quiso imponer y blindar de objeciones alguna decisión controvertida en los últimos tres años, apeló a la mayoría oficialista para respaldarla con votos en el recinto.
Fue el método que usó en noviembre último al insistir, como parte de su pulseada con la Corte Suprema, en su intención de quedarse con tres de los cuatro representantes del Senado ante el Consejo de la Magistratura, para lo cual pergeñó la división en dos nuevos bloques de la bancada del Frente de Todos.
La partición del bloque, ejecutada en abril del año pasado, había sido declarada inválida por el máximo tribunal en octubre. Sin embargo, un mes después la vicepresidenta hizo aprobar por el pleno del cuerpo y ya no por un decreto de Presidencia, como establece la ley, la designación del rionegrino Martín Doñate como consejero por el bloque de Unidad Ciudadana.
Pero los tiempos cambiaron. A fines de febrero, la tropa oficialista sufrió la sangría de cuatro senadores que, por diferentes motivos, pegaron un portazo y se unieron con la cordobesa Alejandra Vigo, esposa del gobernador Juan Schiaretti, para formar un conglomerado de peronistas disidentes que alejó de manera definitiva al oficialismo de la mayoría necesaria para manejar los tiempos del Senado.
Fue el golpe de gracia para Cristina Kirchner que, ya sin número para controlar el funcionamiento de la Cámara alta, debió apelar a los artilugios reglamentarios del último jueves para bloquear los engranajes del Senado y, sobre todo, impedir una derrota política pública y humillante.
La oposición promete volver a la carga con el objetivo de terminar la tarea que, admiten, quedó a medio camino. Más allá de la declaración posterior de Juntos por el Cambio, jactándose de que “Cristina Kirchner perdió el control del Senado”, reconocen que tienen por delante el desafío de poner en marcha la Cámara alta y evitar que siga convertido en un páramo legislativo, como viene ocurriendo desde el 16 de noviembre pasado, cuando celebró su última sesión.
El kirchnerismo, en tanto, sabe que tendrá que resistir mientras no obtenga el visto bueno para sentarse a negociar una sesión con la oposición, algo que la vicepresidenta dio claras muestras de que no está dispuesta a aceptar. Mientras tanto, seguirán acusando a la oposición por la parálisis del Senado. “Es la única forma que nos queda de cohesionar a la tropa”, confesó un senador kirchnerista, consciente de que cambió la mano.